domingo, 3 de diciembre de 2006

LAS DOS CARAS DE JANO


La política es el arte de lo posible, suelen afirmar quienes quieren destacar la flexibilidad que implica poder llegar a acuerdos básicos sin los cuales una sociedad no puede subsistir. Un pensador francés, destacado politólogo, Maurice Duverger, escribió alguna vez que la política es como el dios romano Jano (dios del cambio, de los conflictos, de la paz y de la guerra), con dos caras: una representa la lucha y la otra la integración. La lucha hasta alcanzar el poder, pero una vez alcanzado, el rostro torna a la otra faz: la integración, es decir, la integración del adversario u oponente, ya que si quien tiene el poder continúa la lucha, esa misma lucha implica un desgaste que finalmente termina erosionando su propio poder. El Sr. Menem, con su indudable pragmatismo -insensible a toda regla moral o patriótica- siguió al pié de la letra este principio, tal vez tomado de Maquiavelo. De tal forma desarticuló uno a uno a sus posibles oponentes: desmanteló el poder militar pero sin humillarlo, sedujo a la Iglesia, desarticuló el poder gremial con el solo expediente de convertir a los dirigentes sindicales en empresarios, negoció con aparentes irreductibles opositores como la U.C.D., hasta el punto de terminar absorbiendo a sus cuadros y prácticamente disolviendo dicho partido. Negoció con algunos poderosos empresarios -aliados impensados de sus patilludos comienzos-, y los convirtió en sus socios comerciales, mientras desmantelaba sin piedad toda la industria nacional y eliminaba la educación técnica, volviendo al viejo proyecto del país pastoril. Siguiendo con su pragmatismo negoció con el Sr. Bush (padre) la entrega de todo nuestro sistema defensivo (misil Cóndor incluido); nos metió en la Primera Guerra del Golfo; nos hizo blanco de la confrontación de Medio Oriente; vendió a precio de regalo las empresas públicas, haciéndole creer a la sociedad que era lo mejor para el futuro de los jubilados; entregó la petrolera estatal; continuó con el desmantelamiento de la red ferroviaria (iniciada por el Sr. Martínez de Hoz durante el gobierno militar); y en general, hizo todo lo que se le vino en ganas a él y a sus socios comerciales. Todo ello con un rostro sonriente y asumiendo la sociedad, que aunque era un personaje casi de caricatura -único en haber "leído" a Sócrates-, tenía una habilidad innata para ejercer el poder. Nada de los desastres generados en la triste década menemista se hubieran producido, si el Sr. Menem no hubiera manejado con extrema habilidad esa capacidad para "seducir" a sus oponentes. La segunda cara de Jano, claro está. Hasta aquí hemos descripto una realidad política, despojada de todo contenido moral: la política es así, se tengan principios o no. Existe otra manera de hacer política respetando principios morales y fundándose en el patriotismo, claro está. Pero tampoco escapa de la regla de las dos caras si pretende subsistir en el tiempo. Luego llegó el Sr. De la Rúa y en poco más de un año liquidó su poder basado en la suposición de la clase media argentina, de que era un personaje moral y políticamente apto. La ineptitud del Sr. De la Rúa fue arrasada por las cacerolas y el agotamiento del uno a uno. Luego ya sabemos, una sucesión de presidentes provisionales, hasta llegar al Sr. Duhalde, el que si bien contaba con una gran base de sustentación en la Provincia de Buenos Aires, carecía de conocimientos económicos y dejó que el Sr. Remes nos llevara a la pesificación asimétrica (unos se enriquecieron y otros se empobrecieron) y al desastre del apoderamiento de los bancos de los ahorros de los argentinos. Finalmente llegó el actual Presidente, el que fue ganando poco a poco el apoyo de la mayor parte de la población. Apoyado en el éxito de la economía que viene creciendo hace cinco años, inauguro un estilo de conducción personalista. La Argentina de tanto en tanto necesita un gobierno fuerte. Pero la fortaleza del gobierno se pierde si éste se cierra sobre si mismo y no escucha. Se pierde si a cada esquina el Presidente se busca un enemigo con el que confrontar. Así es como el poder se desgasta. La historia argentina, aunque todavía corta, no está exenta de dolorosos enfrentamientos. Todo el siglo XIX y gran parte del siglo XX nos hemos dividido entre Saavedristas y Morenistas, Federales y Unitarios, Conservadores y Radicales, Liberales y Nacionalistas, Peronistas y Gorilas, etc. etc. Antinomias que no llevan a ninguna parte finalmente si lo que queremos es preservar el proyecto común de la Argentina. En estas páginas levantamos las consignas que están en el epígrafe y que fueron escritas por el General San Martín. Deponer los rencores, aprender a olvidar y a perdonar es un presupuesto indispensable para mirar hacia el futuro. Alguna vez escribió Juan Bautista Alberdi: "No conocemos más que una facción, la Patria, más que un sólo color, el de Mayo...; desde la altura de esos datos supremos no sabemos qué son unitarios y federales, colorados y celestes, porteños y provincianos, divisiones mezquinas que vemos desaparecer como humo delante de las tres grandes unidades del pueblo, de la bandera y de la historia de los argentinos."

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