sábado, 16 de diciembre de 2006

¿Qué quedó del "¡Que se vayan todos!"?




Diciembre del 2001. Es curioso, pero recuerdo que en aquel diciembre el clima en Buenos Aires tenía mucho de revolucionario. La gente estaba harta. No solamente por los graves errores económicos, sino por el descontrol que en todas los aspectos mostraba el gobierno del Sr. De la Rúa. Las cacerolas salieron a relucir como nunca. La clase media sobreviviente volvió a la escena, y ocupó las esquinas más representativas de los barrios. La izquierda se ocupó de movilizar sus cuadros para asegurar su presencia en Plaza de Mayo y allí donde la gente espontáneamente se hubiera congregado. Hubo corridas, heridos, muertos. La policía reprimía. Manifestaciones delante de la casa del Ministro de Economía Domingo Cavallo (gran responsable de la crisis). La convertibilidad había muerto. Ya no se aguantaba más. El Megacanje y todos los demás acuerdos, desnudaban la impotencia ante la realidad. La gente insultaba a los políticos en los restoranes, y si los llegaba a ver en un club, los agredía físicamente y los escupía. ¡Que se vayan todos! se transformó en un grito de batalla, mientras se organizaban las asambleas barriales -rápidamente copadas por los activistas de izquierda-. Volvieron los saquéos a los supermecados, algunos de ellos organizados por los propios intendentes del Gran Buenos Aires. En medio de la confusión y el ofuscamiento generalizado, el Presidente anunciaba su renuncia y se escapaba en un helicóptero de la Casa Rosada: lo habían derrocado las cacerolas. Se empezaba a debatir qué debía ocurrir con los políticos. Los periodistas recordaron las listas sábanas, los candidatos puestos a dedo, la farandulería para encabezar las listas, las jubilaciones de privilegio, en fin, la corrupción generalizada. Parecía que había impulso para que este estado de situación cambiara. Pero era inútil. El movimiento no tenía líderes -a pesar de los esfuerzos de la izquierda de capitalizarlo para si, jamás habría de convencer a la clase media-. No había más objetivos que el expresar las broncas contenidas. El bolsillo había sido el detonante -como casi siempre- de este estado de cosas. Las Fuerzas Armadas se mantenían espectantes y al margen. Sabedoras que tampoco eran la solución salvadora que en otras épocas hubieran buscado grandes sectores de la población o elites adineradas. Poco a poco, el Parlamento fue tomando el control. Se fueron diluyendo los planteos y la sucesión de presidentes nos puso en la realidad: nada había cambiado y nada cambiaría verdaderamente. A cinco años de aquellos acontecimientos, cabe preguntarse por qué nos hemos olvidado tan fácilmente de todo aquello, de nuestras exigencias ante los políticos, de las ganas de participar. Las estructuras partidarias han retomado el eje de la política. Se hacen alianzas y contraalianzas. A veces verticales, pero la mayor parte de las veces transversales. Se fueron muchos jueces vinculados a la servilleta menemista, y, cada tanto, se da un nuevo impulso a una causa judicial resonante, como la Amia o los sobornos en el Senado, pero en el fondo sigue siendo la misma clase política. No ha habido grandes recambios. Los impresentables, generalmente asociados a alguna derrota partidaria estrepitosa o a un fracaso gubernamental, manipulan desde las tertulias las candidaturas. Nos hemos olvidado de que los bancos se apropiaron de los ahorros de los argentinos, de que el Sr. Lavagna los compensó ¿por qué los compensó si ellos administraban los dólares y no los devolvieron? El Sr. Macri se postula como Presidente, pero no logra despegarse de la imagen de empresario "exitoso" de su padre y sus empresas, de las que fue parte activa durante la triste década menemista. Lilita Carrió se ha diluído tras su mezcla de delirios místicos y posiciones de izquierda. Al Sr. López Murphy se le acabó el piolín. El gobierno, entre tanto, luego de algunos aciertos económicos, aunque en ausencia de un plan, apoyado más en la coyuntura y en los beneficios de la devaluación para las exportaciones, continúa haciendo caja -llevando la presión impositiva a extremos increíbles sobre la masa de los asalariados- y esperando confiado las próximas elecciones donde seguramente triunfará sin despeinarse. Mientras tanto, seguirán los candidatos a dedo, las listas sábana, las jubilaciones de privilegio, el clientelismo político, los planes trabajar (sin trabajar) y las jubilaciones sin aportes (para que el peso lo soporten los que calladamente y toda la vida aportaron peso sobre peso sobre su esfuerzo), las movilizaciones de izquierda de todos los días...¿Qué ha cambiado en estos cinco años? Es una pregunta que nos debemos hacer para hacer un balance y para ver que debemos corregir. Para evaluar si nuestros dirigentes están a la altura de las circunstancias y a alguno le queda un resto de ideal patriótico.

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