viernes, 29 de diciembre de 2006

MONTECRISTO



Está terminando el año 2006.Faltan pocas horas. El año se cierra con mucha incertidumbre en las cuestiones de seguridad. Con secuestros,-conocidos y no conocidos oficialmente-, con una sensación de impunidad que va desde los delincuentes comunes, pasando por los menores utilizados para delinquir, por la droga que envalentona hasta llegar a las sospechas que caen sobre ciertos malos policías que establecen "zonas liberadas" para el delito y se enriquecen con el producto de los secuestros extorsivos. Un nuevo testigo clave en juicio por derechos humanos "desaparecido", generando una preocupación extrema en el Gobierno, a punto tal que el propio Presidente de la Nación suspendió sus vacaciones. En medio de ello, terminó la novelita que tuvo en vilo a miles de argentinos en la tele: un mal remedo modernoso de "El Conde de Montecristo". Claro, como no podía ser de otra forma, y para ser -como venimos diciendo en estas páginas- políticamente correctos, se recurrió al ya remanido tema de los desaparecidos del gobierno militar. Esto no tendría la menor importancia, si no fuera que el argumento del mencionado culebrón fue un verdadero espejo de lo que piensan algunos y que pretenden imponerle a la sociedad toda: los derechos humanos de unos tienen un valor distinto a los derechos humanos de otros. En el culebrón de marras se destaca que "los malos" recurrieron al secuestro, a la muerte, a la supresión de identidad (todos ellos delitos que sin lugar a dudas son reprobables), pero por otra parte, el protagonista, -pretendido moderno Montecristo argentino- no escatima él también en cometer todo tipo de tropelías ilegales, sin que la juez actuante tome medida alguna con este sujeto: para consumar su venganza no duda en realizar privaciones ilegítimas de la libertad, producir torturas psicológicas, lesiones con armas, etc. y en general, predicar una moral de venganza. El Sr. Juez Oyarbide (hablando ahora de la realidad) -si el mismo que otrora se viera involucrado en el escandalo del boliche Spartacus, donde concurrían personas de dudosa moral,y en donde se produjeron hechos delictivos no suficientemente esclarecidos- acaba de declarar crimen de lesa humanidad, y por lo tanto imprescriptibles, los delitos cometidos por los integrantes de la AAA (triple A o Alianza Anticomunista Argentina) que fue una organización paramilitar de derecha surgida -según se sospecha- al amparo de algunos gabinetes oficiales en la década del '70. Sería muy saludable que también, como corresponde se declarara crímenes de lesa humanidad los delitos cometidos por las bandas de izquierda: ERP, Montoneros, Far etc. que asolaron la Argentina durante la década del '70 y que fueron responsables de miles de secuestros extorsivos, asesinatos, copamientos de unidades militares y dependencias policiales -con los homicidios correspondientes-, abuso de armas, atentados explosivos, torturas de secuestrados,robo de bancos, etc. etc. Pero parece que como es ya costumbre en los últimos tiempos, los que formaron parte de estas bandas delictivas eran "jóvenes idealistas" y no simplemente terroristas; que el único terror que se debe castigar hasta la tumba es el terror de Estado, y no el ejercido por particulares que tomaron las armas; que los derechos humanos son los de las víctimas de ideología de izquierda, pero no los de ideología de derecha y menos si vestían uniforme de las Fuerzas Armadas o de Seguridad -y aunque no lo hicieran por el solo hecho de ser parientes de algún uniformado-. Todos estos no tienen derechos humanos imprescriptibles, ni derecho a indemnización alguna por haberse tenido que ir del país por estar amenazados o simplemente haber llorado algún pariente asesinado por la guerrilla. No podemos seguir así. Con una "Justicia" pretendidamente miope y acomodada a los gustos políticos del Poder Ejecutivo. De lo contrario, lo que tenemos es la consumación de la venganza de unos sobre otros y no el ejercicio de la Justicia, que es el bien al que aspiran las verdaderas comunidades civilizadas. Sin reconciliación verdadera no habrá nunca auténtica paz. No es posible seguir mirando al pasado sin cerrar las heridas. La Justicia exige que sea toda la Justicia y no una Justicia parcial. Ojalá que pronto veamos una reacción que permita tener equilibrio en estos aspectos y que todos los responsables sean juzgados, siempre y cuando deban ser juzgados. Porque también el Congreso de la Nación que oportunamente sancionó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, luego las declaró nulas. Claro, nadie aclaró suficientemente que para que un acto jurídico sea declarado nulo, deben concurrir vicios insalvables en su gestación, tanto en lo que hace a la voluntad (error, dolo, violencia, intimidación, fraude, simulación) o en los requisitos formales que exigen las normas. Pero parece que ninguno de esos vicios afectaban la sanción de las normas en cuestión. Que muchos de los que sancionaron dichas leyes luego estaban no por su derogación sino por su anulación -una vez más conforme a estar políticamente correctos de acuerdo a la hora-. Y cuando no alcanzaba tal circunstancia para reabrir causas, algunos jueces se atrevieron a sostener disparates jurídicos tales como la inconstitucionalidad de los indultos (cuando esta es una facultad exclusiva y excluyente del Presidente de la Nación), y dejaron convenientemente en el olvido algunos principios jurídicos de Derecho Penal y de raigambre constitucional, que son la base del Estado de Derecho, tales como el principio "non bis in idem" (no se puede juzgar dos veces por el mismo delito), o "in dubio pro reo" (en la duda a favor del acusado),o el de la aplicación de la "ley penal más benigna", (que en este caso era la extinción de la pena por la vía del indulto otorgado). En definitiva, que la Justicia sea la Justicia, y no el mero instrumento del poder político de turno, esa es la única garantía para vivir en LIBERTAD. Un buen año 2007 para todos, es el deseo de PAMPA BRAVA.

sábado, 16 de diciembre de 2006

¿Qué quedó del "¡Que se vayan todos!"?




Diciembre del 2001. Es curioso, pero recuerdo que en aquel diciembre el clima en Buenos Aires tenía mucho de revolucionario. La gente estaba harta. No solamente por los graves errores económicos, sino por el descontrol que en todas los aspectos mostraba el gobierno del Sr. De la Rúa. Las cacerolas salieron a relucir como nunca. La clase media sobreviviente volvió a la escena, y ocupó las esquinas más representativas de los barrios. La izquierda se ocupó de movilizar sus cuadros para asegurar su presencia en Plaza de Mayo y allí donde la gente espontáneamente se hubiera congregado. Hubo corridas, heridos, muertos. La policía reprimía. Manifestaciones delante de la casa del Ministro de Economía Domingo Cavallo (gran responsable de la crisis). La convertibilidad había muerto. Ya no se aguantaba más. El Megacanje y todos los demás acuerdos, desnudaban la impotencia ante la realidad. La gente insultaba a los políticos en los restoranes, y si los llegaba a ver en un club, los agredía físicamente y los escupía. ¡Que se vayan todos! se transformó en un grito de batalla, mientras se organizaban las asambleas barriales -rápidamente copadas por los activistas de izquierda-. Volvieron los saquéos a los supermecados, algunos de ellos organizados por los propios intendentes del Gran Buenos Aires. En medio de la confusión y el ofuscamiento generalizado, el Presidente anunciaba su renuncia y se escapaba en un helicóptero de la Casa Rosada: lo habían derrocado las cacerolas. Se empezaba a debatir qué debía ocurrir con los políticos. Los periodistas recordaron las listas sábanas, los candidatos puestos a dedo, la farandulería para encabezar las listas, las jubilaciones de privilegio, en fin, la corrupción generalizada. Parecía que había impulso para que este estado de situación cambiara. Pero era inútil. El movimiento no tenía líderes -a pesar de los esfuerzos de la izquierda de capitalizarlo para si, jamás habría de convencer a la clase media-. No había más objetivos que el expresar las broncas contenidas. El bolsillo había sido el detonante -como casi siempre- de este estado de cosas. Las Fuerzas Armadas se mantenían espectantes y al margen. Sabedoras que tampoco eran la solución salvadora que en otras épocas hubieran buscado grandes sectores de la población o elites adineradas. Poco a poco, el Parlamento fue tomando el control. Se fueron diluyendo los planteos y la sucesión de presidentes nos puso en la realidad: nada había cambiado y nada cambiaría verdaderamente. A cinco años de aquellos acontecimientos, cabe preguntarse por qué nos hemos olvidado tan fácilmente de todo aquello, de nuestras exigencias ante los políticos, de las ganas de participar. Las estructuras partidarias han retomado el eje de la política. Se hacen alianzas y contraalianzas. A veces verticales, pero la mayor parte de las veces transversales. Se fueron muchos jueces vinculados a la servilleta menemista, y, cada tanto, se da un nuevo impulso a una causa judicial resonante, como la Amia o los sobornos en el Senado, pero en el fondo sigue siendo la misma clase política. No ha habido grandes recambios. Los impresentables, generalmente asociados a alguna derrota partidaria estrepitosa o a un fracaso gubernamental, manipulan desde las tertulias las candidaturas. Nos hemos olvidado de que los bancos se apropiaron de los ahorros de los argentinos, de que el Sr. Lavagna los compensó ¿por qué los compensó si ellos administraban los dólares y no los devolvieron? El Sr. Macri se postula como Presidente, pero no logra despegarse de la imagen de empresario "exitoso" de su padre y sus empresas, de las que fue parte activa durante la triste década menemista. Lilita Carrió se ha diluído tras su mezcla de delirios místicos y posiciones de izquierda. Al Sr. López Murphy se le acabó el piolín. El gobierno, entre tanto, luego de algunos aciertos económicos, aunque en ausencia de un plan, apoyado más en la coyuntura y en los beneficios de la devaluación para las exportaciones, continúa haciendo caja -llevando la presión impositiva a extremos increíbles sobre la masa de los asalariados- y esperando confiado las próximas elecciones donde seguramente triunfará sin despeinarse. Mientras tanto, seguirán los candidatos a dedo, las listas sábana, las jubilaciones de privilegio, el clientelismo político, los planes trabajar (sin trabajar) y las jubilaciones sin aportes (para que el peso lo soporten los que calladamente y toda la vida aportaron peso sobre peso sobre su esfuerzo), las movilizaciones de izquierda de todos los días...¿Qué ha cambiado en estos cinco años? Es una pregunta que nos debemos hacer para hacer un balance y para ver que debemos corregir. Para evaluar si nuestros dirigentes están a la altura de las circunstancias y a alguno le queda un resto de ideal patriótico.

domingo, 3 de diciembre de 2006

LAS DOS CARAS DE JANO


La política es el arte de lo posible, suelen afirmar quienes quieren destacar la flexibilidad que implica poder llegar a acuerdos básicos sin los cuales una sociedad no puede subsistir. Un pensador francés, destacado politólogo, Maurice Duverger, escribió alguna vez que la política es como el dios romano Jano (dios del cambio, de los conflictos, de la paz y de la guerra), con dos caras: una representa la lucha y la otra la integración. La lucha hasta alcanzar el poder, pero una vez alcanzado, el rostro torna a la otra faz: la integración, es decir, la integración del adversario u oponente, ya que si quien tiene el poder continúa la lucha, esa misma lucha implica un desgaste que finalmente termina erosionando su propio poder. El Sr. Menem, con su indudable pragmatismo -insensible a toda regla moral o patriótica- siguió al pié de la letra este principio, tal vez tomado de Maquiavelo. De tal forma desarticuló uno a uno a sus posibles oponentes: desmanteló el poder militar pero sin humillarlo, sedujo a la Iglesia, desarticuló el poder gremial con el solo expediente de convertir a los dirigentes sindicales en empresarios, negoció con aparentes irreductibles opositores como la U.C.D., hasta el punto de terminar absorbiendo a sus cuadros y prácticamente disolviendo dicho partido. Negoció con algunos poderosos empresarios -aliados impensados de sus patilludos comienzos-, y los convirtió en sus socios comerciales, mientras desmantelaba sin piedad toda la industria nacional y eliminaba la educación técnica, volviendo al viejo proyecto del país pastoril. Siguiendo con su pragmatismo negoció con el Sr. Bush (padre) la entrega de todo nuestro sistema defensivo (misil Cóndor incluido); nos metió en la Primera Guerra del Golfo; nos hizo blanco de la confrontación de Medio Oriente; vendió a precio de regalo las empresas públicas, haciéndole creer a la sociedad que era lo mejor para el futuro de los jubilados; entregó la petrolera estatal; continuó con el desmantelamiento de la red ferroviaria (iniciada por el Sr. Martínez de Hoz durante el gobierno militar); y en general, hizo todo lo que se le vino en ganas a él y a sus socios comerciales. Todo ello con un rostro sonriente y asumiendo la sociedad, que aunque era un personaje casi de caricatura -único en haber "leído" a Sócrates-, tenía una habilidad innata para ejercer el poder. Nada de los desastres generados en la triste década menemista se hubieran producido, si el Sr. Menem no hubiera manejado con extrema habilidad esa capacidad para "seducir" a sus oponentes. La segunda cara de Jano, claro está. Hasta aquí hemos descripto una realidad política, despojada de todo contenido moral: la política es así, se tengan principios o no. Existe otra manera de hacer política respetando principios morales y fundándose en el patriotismo, claro está. Pero tampoco escapa de la regla de las dos caras si pretende subsistir en el tiempo. Luego llegó el Sr. De la Rúa y en poco más de un año liquidó su poder basado en la suposición de la clase media argentina, de que era un personaje moral y políticamente apto. La ineptitud del Sr. De la Rúa fue arrasada por las cacerolas y el agotamiento del uno a uno. Luego ya sabemos, una sucesión de presidentes provisionales, hasta llegar al Sr. Duhalde, el que si bien contaba con una gran base de sustentación en la Provincia de Buenos Aires, carecía de conocimientos económicos y dejó que el Sr. Remes nos llevara a la pesificación asimétrica (unos se enriquecieron y otros se empobrecieron) y al desastre del apoderamiento de los bancos de los ahorros de los argentinos. Finalmente llegó el actual Presidente, el que fue ganando poco a poco el apoyo de la mayor parte de la población. Apoyado en el éxito de la economía que viene creciendo hace cinco años, inauguro un estilo de conducción personalista. La Argentina de tanto en tanto necesita un gobierno fuerte. Pero la fortaleza del gobierno se pierde si éste se cierra sobre si mismo y no escucha. Se pierde si a cada esquina el Presidente se busca un enemigo con el que confrontar. Así es como el poder se desgasta. La historia argentina, aunque todavía corta, no está exenta de dolorosos enfrentamientos. Todo el siglo XIX y gran parte del siglo XX nos hemos dividido entre Saavedristas y Morenistas, Federales y Unitarios, Conservadores y Radicales, Liberales y Nacionalistas, Peronistas y Gorilas, etc. etc. Antinomias que no llevan a ninguna parte finalmente si lo que queremos es preservar el proyecto común de la Argentina. En estas páginas levantamos las consignas que están en el epígrafe y que fueron escritas por el General San Martín. Deponer los rencores, aprender a olvidar y a perdonar es un presupuesto indispensable para mirar hacia el futuro. Alguna vez escribió Juan Bautista Alberdi: "No conocemos más que una facción, la Patria, más que un sólo color, el de Mayo...; desde la altura de esos datos supremos no sabemos qué son unitarios y federales, colorados y celestes, porteños y provincianos, divisiones mezquinas que vemos desaparecer como humo delante de las tres grandes unidades del pueblo, de la bandera y de la historia de los argentinos."