viernes, 17 de noviembre de 2006

La difícil vía de coordinar el bienestar económico con la libertad y la seguridad

Sin lugar a dudas, la Argentina es un país increíble. Distinto a todos los otros países del mundo, no solamente por su vasta geografía, por sus bellezas naturales, porque tiene en su territorio todos los climas, porque su producción agropecuaria la situó durante muchísimas décadas como el "granero del mundo" y hoy nuevamente se destaca por ser una fuente de alimentos para la humanidad, sino por su capacidad de recuperación. Claro está, esto como solemos decir los argentinos, "a pesar" de los argentinos. Todo los nos ha dado Dios para que llevemos este país a las alturas más insospechadas, pero insistimos en dañarlo, en confrontar hasta extremos inadmisibles entre nosotros, en cambiar de rumbo permanentemente, de forma tal que el Estado se "refunda" con cada cambio de gobierno. No construímos sobre lo dejado por el gobierno anterior -lo bueno que haya dejado- y modificamos lo malo, sino que tiramos todo abajo y volvemos a empezar. Nos separamos por ideologías hoy superadas por la humanidad e insistimos en ponernos al lado de algunos indeseables. Nos cuesta comprender que sin libertad no existe la posibilidad de convivir pacíficamente y de construir para el futuro. Entonces revisamos permanentemente nuestro pasado reciente en busca de culpables. Ello por supuesto, siempre y cuando el culpable sea el otro y no nos involucremos nosotros en esa responsabilidad. Es dificil pensarlo, pero estamos en una tensión permanente y en la adopción de posturas "políticamente correctas", según el momento político y el signo del gobierno de turno. Y a ello no escapan los periodistas -principales responsables de la difusión pública de las ideologías de turno- los cuales se venden en muchos de los casos al mejor postor, los empresarios -que con una mirada miope piensan sólo en la ganancia inmediata y se olvidan de lo que vendrá- y que suelen ser los adulones del poder para obtener las ventajas de pertenecer al entorno (no importa claro está si tienen que coimear a algún funcionario), los artistas -que también piensan que van a trabajar si reiteran hasta el cansancio la "historia oficial", los estudiantes -que cada vez saben menos de su patria y de su historia y corren detrás de algún ideólogo-, los pobres, que caen cada vez más en la trampa del clientelismo político por un plato de comida -y que no se dan cuenta que les están robando la educación, el trabajo honesto, la salud pública, la vivienda construida y comprada con el esfuerzo personal, el acceso al crédito, los valores espirituales y trascendentes-, y en general todos que seguimos mirando para otro lado, sometidos a un conformismo exasperante, mientras vemos que al lado nuestro se roba con descaro o sigue la violencia intolerable.
Y digo que es un país increíble porque en el 2001 -ayer nomás- casi estabamos al borde del enfrentamiento entre nosotros, cuando sacamos del poder al Presidente De la Rúa, con una revolución hecha no con armas, sino con cacerolas, y tan solo cinco años despúes, tenemos un país con un índice de crecimiento del producto bruto como pocos países lo han logrado. Hace cinco años que la Argentina está creciendo a un ritmo increíble. Claro está, se había destruído la industria y había mucho por recuperar, pero, la situación no solo se revirtió, sino que en algunos aspectos está mejor que antes de la crisis del 2001. Quedan sí, lamentablemente los pobres, cada vez más abandonados del accionar del Estado ausente. Hoy tenemos muchos más pobres que la década del 70, donde los indigentes alcanzaban sólo al 5% de la población, y la gran masa de clase media consumía ostentosamente. Claro está, después vinieron las hiperinflaciones, el anclaje del peso al dólar (hasta extremos suicidas), la devalución y pesificación totalmente desprolija y hasta criminal -porque hubo gente que murió en la desesperación de perder sus ahorros o de ver arruinados sus negocios-. Y aquí estamos, los aún sobrevivientes, de este país increíble. Un país que cada vez tiene más inseguridad. Donde los chicos no pueden salir a la calle sin llevarse un celular para que los padres los "monitoreen", donde la educación que nos enorgullecía en otras épocas ha caído a extremos increíbles, y donde la coima y la corrupción ya no es cosa de unos pocos corruptos o de funcionarios del gobierno de turno, sino que se ha hecho costumbre en la sociedad -que ya no ve con tan malos ojos y tiene como asumido que un poco de corrupción está bien-. Un país increíble, donde la Justicia condena a los represores de la última dictadura y otorga las extradiciones a los imputados en crímenes de lesa humanidad vinculados al terrorismo de estado, pero ampara a los terroristas que pusieron bombas y asesinaron a simples ciudadanos (caso del etarra al que negaron la extradición a España sosteniendo que el delito estaba prescripto, frente a la extradición del nazi Priebke a Italia). Un país donde las causas judiciales se acumulan esperando que se mueran las partes involucradas o se tornen impracticables las sentencias (casos de reclamos de jubilados ante la Caja de Previsión Social y los miles de amparos que tramitan ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación). Un país como decía, increíble. Capáz de la más violenta de las exclusiones y de los gestos de humanidad más excelsos. Un país donde todavía tenemos que aprender a defender las instituciones y a respetar la opinión del otro, por más que no nos guste. Un país donde a pesar de todo, amamos y nos sentimos identificados, y en donde hemos olvidado, que gracias al sacrificio y la sangre de sus hombres, otras patrias, han tenido libertad. Es necesario volver a los valores de la argentinidad. Es indispensable recuperar la memoria. Pero ojo, toda la memoria, no la que me conviene a mí o tiene afinidad con mi pensamiento. Es indispensable limpiar el Estado y las instituciones de las personas corruptas y de las prácticas sesgadas. Hay que poner nuevamente en marcha una gran campaña de educación popular -porque la educación no es un privilegio, es un derecho inalienable de todo ser humano-. Hay que afianzarse en los valores tradicionales de la Patria, en su lucha por la Libertad de los pueblos, en su amor tremendo a Dios y a la Virgen, en el amor por la familia. Hay que volver a las virtudes de nuestros próceres, como San Martín y Belgrano, donde nada estaba por encima del bienestar de su Patria, y estaban dispuestos a dar lo más valioso que tiene un ser humano -que es su propia vida- en pos de un objetivo común. Sólo así podremos repetir con orgullo las estrofas de nuestro himno: ¡Al gran Pueblo Argentino, Salud!!!

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