domingo, 4 de marzo de 2018

OTROS CRISTOS. Reflexión de Alejandro R. Melo

Se acerca la Semana Santa. Aquella semana en la que el establishment de Israel decidió que había que matar a Jesús porque molestaba. Así levitas, doctores de la ley y fariseos reclamaron al gobernador romano, Poncio Pilatos, que condene a Cristo. Poncio Pilatos, no sabemos si por miedo, por hartazgo de la insistencia judía, o porque sentía vulnerada su autoridad y puesto, decidió someter a la multitud a quien largaría y a quien condenaría a muerte. Estaba consciente que Jesús no había hecho nada que mereciera la muerte, pero aún así se decidió por el plebiscito: ¿a quién quieren que deje libre, a Barrabás o al Cristo? La multitud, manejada por la política de los influyentes de la sociedad, eligió a Barrabás, líder político, asesino y terrorista. Ni bien recibió el veredicto popular, Poncio Pilatos solicitó un plato, y se lavó las manos en signo de desentendimiento frente a la multitud. Y todavía les dijo: yo no tengo nada que ver con la muerte de este justo, que su sangre caiga sobre sus cabezas. La multitud enardecida gritó: sobre nuestras cabezas y sobre nuestra descendencia. Increíblemente en nuestra Argentina, el gobierno del Sr. Macri, posiblemente para desviar la atención de los fracasos de la política económica, de las denuncias de corrupción de algunos de sus funcionarios, de los tarifazos, de la falta de reactivación económica y equidad social, de la impopularidad creciente (cuyo signo se deja oír en las canchas), ha salido audazmente a proponer el debate sobre el aborto libre y gratuito. No le importa realmente al Sr. Presidente, que de ser aprobada una norma injusta, millones de niños sin nacer sean asesinados. No le importa que los justos deban pagar con su sangre el precio de la política. Muchos de los que leen esto se horrorizan al ver al Cristo crucificado, sangrante, humillado, injustamente condenado, pero no hacen nada por evitar que esos pequeños “otros Cristos” sean sacrificados, o aún expuestos a la mera opinión de si deben vivir o se los puede asesinar sin ningún tipo de defensa. Hace unos días un obispo sabiamente preguntó, si en los casos de violación, se habilitaría la pena de muerte para el violador, ya que aún en la legislación actual, la única muerte autorizada es la de una de las víctimas, justo la más indefensa: el Niño por nacer. Los gobiernos pasan, las políticas también, lo que no pasan son los Principios Fundamentales y los valores permanentes (entre ellos, la vida). Hace unos días, el Ministro de Ciencia, Lino Barañao, sostuvo en un artículo publicado en La Nación, que no era lo mismo “vida humana” que “persona”, luego de admitir que la vida humana comienza con la concepción, tal como lo ha demostrado la ciencia. Su fundamento, es que el Niño por nacer, no se desarrolla instantáneamente, sino que va madurando y según él, adquiriendo el carácter de persona. Al ser incompleto, no sería persona. Le tengo malas noticias Sr. Barañao, el Niño recién nacido tampoco está totalmente maduro. Parece mentira que Ud. sea biólogo: le recomiendo revisar algunos de sus libros de facultad. De hecho, la especie humana es una de las más dependiente en sus primeros años de vida: al nacer no se pone de pié como otras especies, no puede procurarse su alimento, no está maduro intelectualmente para comprender el mundo que lo rodea (pero si lo matamos es un asesinato), igualmente las personas que se encuentran en estado vegetativo, los que han perdido muchas de sus facultades, muchos discapacitados, etc. Una vergüenza! Ahora los medios hegemónicos, como Clarín dan a conocer pretendidas encuestas en donde la mayoría estaría a favor de despenalizar el aborto. Nueva operación de marketing político. Lo que opinen la mayoría o la minoría poco importa y nada cambia: una muerte es una muerte, y más si se habilita masivamente. Eso se llama genocidio (uy, perdón a los progres, que se apropiaron de los Derechos Humanos, que hacen marchas por la aparición con vida, que repudian las torturas y las desapariciones, las muertes sin condenas judiciales, pero que hacen campaña por el aborto). El hipócrita discurso: yo estoy en contra, pero no obligo a nadie, revela el incumplimiento de uno de los deberes esenciales del Estado: preservar la vida. La sociedad careta suele enternecerse con el nacimiento de un niño. Muchos de los que se enternecen con un niño pequeño, y aún con una mascota o un animal salvaje, no tienen empacho en sostener el supuesto derecho al aborto. Hipócritas! Sepulcros blanqueados! -diría Cristo-: por afuera muestran lo políticamente correcto, lo tierno, lo pulcro, pero adentro están llenos de podredumbre. Ya Jesús nos había advertido: “Si esto hacen con el leño verde, qué no harán con el seco! En definitiva, ya nos lo había dicho: “Por los frutos los conocerán”.

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