martes, 25 de septiembre de 2007

¿QUÉ HACER CON LA CORRUPCIÓN?


Como un cáncer que va tomando todo el tejido social, la corrupción se ha generalizado en los ámbitos públicos y privado. Como esa terrible enfermedad, la corrupción mina las defensas del organismo social al debilitar su sustento moral y privar al cuerpo de sus anticuerpos. Más y más se va extendiendo haciendo que lo que siempre fue malo ya no se vea tan malo, que lo anormal ya no sea tan anormal, que lo marginal y excepcional sea lo normal y lo común. El tejido social se vuelve más y más débil y es incapaz de reaccionar y ponerse de pie. Se trata de "convivir" con el mal y se empieza a ver que un poco del mismo es tolerable: el cuerpo social ha sido engañado, el sistema de defensa del cuerpo social ha sido puesto a trabajar en contra de sus propios intereses. Finalmente el mal crece más y más y termina por agotar al organismo que se adormece más y más.
No vamos aquí a hacer un recuento de todos los actos de corrupción que estallaron en los últimos meses y que involucran tanto a funcionarios públicos como a empresarios privados, ni vamos a hacer la historia de la corrupción en la Argentina cuyos orígenes se remontan al famosísimo empréstito de la Baring. Tampoco vamos a recordar las estadísticas que revelan cuánto perjudica a la economía y al desarrollo del país la existencia de actos de corrupción.
Vamos a mirar en positivo y a pensar cómo terminar con este flagelo de las comunidades políticas.
Por empezar se necesita una cabeza honesta, es decir, un Presidente que esté limpio y que tenga la voluntad política de terminar con la corrupción.
Este Presidente debe tener la voluntad de terminar con estos actos, la convicción de que ello es necesario y el coraje para llevar a cabo las reformas indispensables para dar vuelta la historia.
Supongamos que tenemos al Presidente dispuesto a terminar con la corrupción. ¿Qué debería hacer para tener éxito?
Para comenzar, debería asegurarse de que su propio entorno sea lo más honesto posible y ser inflexible con quien se encuentre involucrado en actos de corrupción, por muy amigo que fuera. En segundo término se necesita como medida urgente una modificación de las leyes penales y de ética pública, a fin de castigar muy severamente los actos de corrupción. Tan severamente que la posibilidad de ser "pescado" en uno de estos actos, signifique muchísimos años de cárcel, sin posibilidad alguna de excarcelación o de pena en suspenso, además de las sanciones de orden político que priven a dicha persona de sus derechos políticos: elegir y ser elegido en los ámbitos nacionales, provinciales y municipales.
Entre las primeras medidas a ser tomadas, debería profundizarse las investigaciones de los actos de corrupción. Una vez que judicialmente se han comprobado los extremos de un acto de corrupción, el castigo debe ser ejemplar. Con dos o tres sancionados tan severamente, la disuasión comenzará a dar resultado. Esto se llama "castigo vicario", es decir, un castigo emblemático para dar señales a la sociedad de que la corrupción no se va a tolerar más. Luego de ésto resulta indispensable encarar la reforma educativa, ya que sólo con la educación desde muy pequeños se puede terminar con este flagelo a largo plazo, haciendo conciente a los ciudadanos de las virtudes que implican vivir en una República sana. También deberán modificarse las leyes tributarias para que el ciudadano común sienta que si realiza actos de evasión (dolosos) la consecuencia será más que recibir una multa o tener un embargo.
También debería trabajarse sobre las universidades y especialmente sobre las facultades de Derecho y las cátedras de Derecho Penal y Procesal Penal, a fin de terminar de una vez por todas con la ideología "garantista" que implica que los ciudadanos honestos tengan que vivir atemorizados y los delincuentes en libertad. Este no es un tema menor y volveremos específicamente sobre él. No se trata de "mano dura", sino de garantizar un equilibrio real entre derechos y obligaciones de la persona. Este déficit en la Justicia es también un grave acto de corrupción por acción o por omisión, (piénsese que sólo llegan a la Justicia un diez por ciento de todos los delitos cometidos en un año y que de éstos sólo un dos por ciento tiene sanción). Las reformas en seguridad y en las instituciones policiales para dignificar la profesión, establecer reaseguros de conducta honesta y controles externos (como la creación de una policía de investigaciones profesional e independiente de las policías de seguridad).
En definitiva, atacar la corrupción en todos sus frentes es un servicio que le debemos a la Nación, y es una tarea pendiente, una batalla que debemos librar para volver a vivir un País más libre, más digno, con derechos humanos para todos y no para alguna minoría ideológica, para que nuestra economía y nuestras instituciones se desarrollen sanamente, en definitiva, para formar ciudadanos virtuosos que se interesen por el futuro de la República y que estén comprometidos con ella.

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