viernes, 29 de diciembre de 2006

MONTECRISTO



Está terminando el año 2006.Faltan pocas horas. El año se cierra con mucha incertidumbre en las cuestiones de seguridad. Con secuestros,-conocidos y no conocidos oficialmente-, con una sensación de impunidad que va desde los delincuentes comunes, pasando por los menores utilizados para delinquir, por la droga que envalentona hasta llegar a las sospechas que caen sobre ciertos malos policías que establecen "zonas liberadas" para el delito y se enriquecen con el producto de los secuestros extorsivos. Un nuevo testigo clave en juicio por derechos humanos "desaparecido", generando una preocupación extrema en el Gobierno, a punto tal que el propio Presidente de la Nación suspendió sus vacaciones. En medio de ello, terminó la novelita que tuvo en vilo a miles de argentinos en la tele: un mal remedo modernoso de "El Conde de Montecristo". Claro, como no podía ser de otra forma, y para ser -como venimos diciendo en estas páginas- políticamente correctos, se recurrió al ya remanido tema de los desaparecidos del gobierno militar. Esto no tendría la menor importancia, si no fuera que el argumento del mencionado culebrón fue un verdadero espejo de lo que piensan algunos y que pretenden imponerle a la sociedad toda: los derechos humanos de unos tienen un valor distinto a los derechos humanos de otros. En el culebrón de marras se destaca que "los malos" recurrieron al secuestro, a la muerte, a la supresión de identidad (todos ellos delitos que sin lugar a dudas son reprobables), pero por otra parte, el protagonista, -pretendido moderno Montecristo argentino- no escatima él también en cometer todo tipo de tropelías ilegales, sin que la juez actuante tome medida alguna con este sujeto: para consumar su venganza no duda en realizar privaciones ilegítimas de la libertad, producir torturas psicológicas, lesiones con armas, etc. y en general, predicar una moral de venganza. El Sr. Juez Oyarbide (hablando ahora de la realidad) -si el mismo que otrora se viera involucrado en el escandalo del boliche Spartacus, donde concurrían personas de dudosa moral,y en donde se produjeron hechos delictivos no suficientemente esclarecidos- acaba de declarar crimen de lesa humanidad, y por lo tanto imprescriptibles, los delitos cometidos por los integrantes de la AAA (triple A o Alianza Anticomunista Argentina) que fue una organización paramilitar de derecha surgida -según se sospecha- al amparo de algunos gabinetes oficiales en la década del '70. Sería muy saludable que también, como corresponde se declarara crímenes de lesa humanidad los delitos cometidos por las bandas de izquierda: ERP, Montoneros, Far etc. que asolaron la Argentina durante la década del '70 y que fueron responsables de miles de secuestros extorsivos, asesinatos, copamientos de unidades militares y dependencias policiales -con los homicidios correspondientes-, abuso de armas, atentados explosivos, torturas de secuestrados,robo de bancos, etc. etc. Pero parece que como es ya costumbre en los últimos tiempos, los que formaron parte de estas bandas delictivas eran "jóvenes idealistas" y no simplemente terroristas; que el único terror que se debe castigar hasta la tumba es el terror de Estado, y no el ejercido por particulares que tomaron las armas; que los derechos humanos son los de las víctimas de ideología de izquierda, pero no los de ideología de derecha y menos si vestían uniforme de las Fuerzas Armadas o de Seguridad -y aunque no lo hicieran por el solo hecho de ser parientes de algún uniformado-. Todos estos no tienen derechos humanos imprescriptibles, ni derecho a indemnización alguna por haberse tenido que ir del país por estar amenazados o simplemente haber llorado algún pariente asesinado por la guerrilla. No podemos seguir así. Con una "Justicia" pretendidamente miope y acomodada a los gustos políticos del Poder Ejecutivo. De lo contrario, lo que tenemos es la consumación de la venganza de unos sobre otros y no el ejercicio de la Justicia, que es el bien al que aspiran las verdaderas comunidades civilizadas. Sin reconciliación verdadera no habrá nunca auténtica paz. No es posible seguir mirando al pasado sin cerrar las heridas. La Justicia exige que sea toda la Justicia y no una Justicia parcial. Ojalá que pronto veamos una reacción que permita tener equilibrio en estos aspectos y que todos los responsables sean juzgados, siempre y cuando deban ser juzgados. Porque también el Congreso de la Nación que oportunamente sancionó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, luego las declaró nulas. Claro, nadie aclaró suficientemente que para que un acto jurídico sea declarado nulo, deben concurrir vicios insalvables en su gestación, tanto en lo que hace a la voluntad (error, dolo, violencia, intimidación, fraude, simulación) o en los requisitos formales que exigen las normas. Pero parece que ninguno de esos vicios afectaban la sanción de las normas en cuestión. Que muchos de los que sancionaron dichas leyes luego estaban no por su derogación sino por su anulación -una vez más conforme a estar políticamente correctos de acuerdo a la hora-. Y cuando no alcanzaba tal circunstancia para reabrir causas, algunos jueces se atrevieron a sostener disparates jurídicos tales como la inconstitucionalidad de los indultos (cuando esta es una facultad exclusiva y excluyente del Presidente de la Nación), y dejaron convenientemente en el olvido algunos principios jurídicos de Derecho Penal y de raigambre constitucional, que son la base del Estado de Derecho, tales como el principio "non bis in idem" (no se puede juzgar dos veces por el mismo delito), o "in dubio pro reo" (en la duda a favor del acusado),o el de la aplicación de la "ley penal más benigna", (que en este caso era la extinción de la pena por la vía del indulto otorgado). En definitiva, que la Justicia sea la Justicia, y no el mero instrumento del poder político de turno, esa es la única garantía para vivir en LIBERTAD. Un buen año 2007 para todos, es el deseo de PAMPA BRAVA.

sábado, 16 de diciembre de 2006

¿Qué quedó del "¡Que se vayan todos!"?




Diciembre del 2001. Es curioso, pero recuerdo que en aquel diciembre el clima en Buenos Aires tenía mucho de revolucionario. La gente estaba harta. No solamente por los graves errores económicos, sino por el descontrol que en todas los aspectos mostraba el gobierno del Sr. De la Rúa. Las cacerolas salieron a relucir como nunca. La clase media sobreviviente volvió a la escena, y ocupó las esquinas más representativas de los barrios. La izquierda se ocupó de movilizar sus cuadros para asegurar su presencia en Plaza de Mayo y allí donde la gente espontáneamente se hubiera congregado. Hubo corridas, heridos, muertos. La policía reprimía. Manifestaciones delante de la casa del Ministro de Economía Domingo Cavallo (gran responsable de la crisis). La convertibilidad había muerto. Ya no se aguantaba más. El Megacanje y todos los demás acuerdos, desnudaban la impotencia ante la realidad. La gente insultaba a los políticos en los restoranes, y si los llegaba a ver en un club, los agredía físicamente y los escupía. ¡Que se vayan todos! se transformó en un grito de batalla, mientras se organizaban las asambleas barriales -rápidamente copadas por los activistas de izquierda-. Volvieron los saquéos a los supermecados, algunos de ellos organizados por los propios intendentes del Gran Buenos Aires. En medio de la confusión y el ofuscamiento generalizado, el Presidente anunciaba su renuncia y se escapaba en un helicóptero de la Casa Rosada: lo habían derrocado las cacerolas. Se empezaba a debatir qué debía ocurrir con los políticos. Los periodistas recordaron las listas sábanas, los candidatos puestos a dedo, la farandulería para encabezar las listas, las jubilaciones de privilegio, en fin, la corrupción generalizada. Parecía que había impulso para que este estado de situación cambiara. Pero era inútil. El movimiento no tenía líderes -a pesar de los esfuerzos de la izquierda de capitalizarlo para si, jamás habría de convencer a la clase media-. No había más objetivos que el expresar las broncas contenidas. El bolsillo había sido el detonante -como casi siempre- de este estado de cosas. Las Fuerzas Armadas se mantenían espectantes y al margen. Sabedoras que tampoco eran la solución salvadora que en otras épocas hubieran buscado grandes sectores de la población o elites adineradas. Poco a poco, el Parlamento fue tomando el control. Se fueron diluyendo los planteos y la sucesión de presidentes nos puso en la realidad: nada había cambiado y nada cambiaría verdaderamente. A cinco años de aquellos acontecimientos, cabe preguntarse por qué nos hemos olvidado tan fácilmente de todo aquello, de nuestras exigencias ante los políticos, de las ganas de participar. Las estructuras partidarias han retomado el eje de la política. Se hacen alianzas y contraalianzas. A veces verticales, pero la mayor parte de las veces transversales. Se fueron muchos jueces vinculados a la servilleta menemista, y, cada tanto, se da un nuevo impulso a una causa judicial resonante, como la Amia o los sobornos en el Senado, pero en el fondo sigue siendo la misma clase política. No ha habido grandes recambios. Los impresentables, generalmente asociados a alguna derrota partidaria estrepitosa o a un fracaso gubernamental, manipulan desde las tertulias las candidaturas. Nos hemos olvidado de que los bancos se apropiaron de los ahorros de los argentinos, de que el Sr. Lavagna los compensó ¿por qué los compensó si ellos administraban los dólares y no los devolvieron? El Sr. Macri se postula como Presidente, pero no logra despegarse de la imagen de empresario "exitoso" de su padre y sus empresas, de las que fue parte activa durante la triste década menemista. Lilita Carrió se ha diluído tras su mezcla de delirios místicos y posiciones de izquierda. Al Sr. López Murphy se le acabó el piolín. El gobierno, entre tanto, luego de algunos aciertos económicos, aunque en ausencia de un plan, apoyado más en la coyuntura y en los beneficios de la devaluación para las exportaciones, continúa haciendo caja -llevando la presión impositiva a extremos increíbles sobre la masa de los asalariados- y esperando confiado las próximas elecciones donde seguramente triunfará sin despeinarse. Mientras tanto, seguirán los candidatos a dedo, las listas sábana, las jubilaciones de privilegio, el clientelismo político, los planes trabajar (sin trabajar) y las jubilaciones sin aportes (para que el peso lo soporten los que calladamente y toda la vida aportaron peso sobre peso sobre su esfuerzo), las movilizaciones de izquierda de todos los días...¿Qué ha cambiado en estos cinco años? Es una pregunta que nos debemos hacer para hacer un balance y para ver que debemos corregir. Para evaluar si nuestros dirigentes están a la altura de las circunstancias y a alguno le queda un resto de ideal patriótico.

domingo, 3 de diciembre de 2006

LAS DOS CARAS DE JANO


La política es el arte de lo posible, suelen afirmar quienes quieren destacar la flexibilidad que implica poder llegar a acuerdos básicos sin los cuales una sociedad no puede subsistir. Un pensador francés, destacado politólogo, Maurice Duverger, escribió alguna vez que la política es como el dios romano Jano (dios del cambio, de los conflictos, de la paz y de la guerra), con dos caras: una representa la lucha y la otra la integración. La lucha hasta alcanzar el poder, pero una vez alcanzado, el rostro torna a la otra faz: la integración, es decir, la integración del adversario u oponente, ya que si quien tiene el poder continúa la lucha, esa misma lucha implica un desgaste que finalmente termina erosionando su propio poder. El Sr. Menem, con su indudable pragmatismo -insensible a toda regla moral o patriótica- siguió al pié de la letra este principio, tal vez tomado de Maquiavelo. De tal forma desarticuló uno a uno a sus posibles oponentes: desmanteló el poder militar pero sin humillarlo, sedujo a la Iglesia, desarticuló el poder gremial con el solo expediente de convertir a los dirigentes sindicales en empresarios, negoció con aparentes irreductibles opositores como la U.C.D., hasta el punto de terminar absorbiendo a sus cuadros y prácticamente disolviendo dicho partido. Negoció con algunos poderosos empresarios -aliados impensados de sus patilludos comienzos-, y los convirtió en sus socios comerciales, mientras desmantelaba sin piedad toda la industria nacional y eliminaba la educación técnica, volviendo al viejo proyecto del país pastoril. Siguiendo con su pragmatismo negoció con el Sr. Bush (padre) la entrega de todo nuestro sistema defensivo (misil Cóndor incluido); nos metió en la Primera Guerra del Golfo; nos hizo blanco de la confrontación de Medio Oriente; vendió a precio de regalo las empresas públicas, haciéndole creer a la sociedad que era lo mejor para el futuro de los jubilados; entregó la petrolera estatal; continuó con el desmantelamiento de la red ferroviaria (iniciada por el Sr. Martínez de Hoz durante el gobierno militar); y en general, hizo todo lo que se le vino en ganas a él y a sus socios comerciales. Todo ello con un rostro sonriente y asumiendo la sociedad, que aunque era un personaje casi de caricatura -único en haber "leído" a Sócrates-, tenía una habilidad innata para ejercer el poder. Nada de los desastres generados en la triste década menemista se hubieran producido, si el Sr. Menem no hubiera manejado con extrema habilidad esa capacidad para "seducir" a sus oponentes. La segunda cara de Jano, claro está. Hasta aquí hemos descripto una realidad política, despojada de todo contenido moral: la política es así, se tengan principios o no. Existe otra manera de hacer política respetando principios morales y fundándose en el patriotismo, claro está. Pero tampoco escapa de la regla de las dos caras si pretende subsistir en el tiempo. Luego llegó el Sr. De la Rúa y en poco más de un año liquidó su poder basado en la suposición de la clase media argentina, de que era un personaje moral y políticamente apto. La ineptitud del Sr. De la Rúa fue arrasada por las cacerolas y el agotamiento del uno a uno. Luego ya sabemos, una sucesión de presidentes provisionales, hasta llegar al Sr. Duhalde, el que si bien contaba con una gran base de sustentación en la Provincia de Buenos Aires, carecía de conocimientos económicos y dejó que el Sr. Remes nos llevara a la pesificación asimétrica (unos se enriquecieron y otros se empobrecieron) y al desastre del apoderamiento de los bancos de los ahorros de los argentinos. Finalmente llegó el actual Presidente, el que fue ganando poco a poco el apoyo de la mayor parte de la población. Apoyado en el éxito de la economía que viene creciendo hace cinco años, inauguro un estilo de conducción personalista. La Argentina de tanto en tanto necesita un gobierno fuerte. Pero la fortaleza del gobierno se pierde si éste se cierra sobre si mismo y no escucha. Se pierde si a cada esquina el Presidente se busca un enemigo con el que confrontar. Así es como el poder se desgasta. La historia argentina, aunque todavía corta, no está exenta de dolorosos enfrentamientos. Todo el siglo XIX y gran parte del siglo XX nos hemos dividido entre Saavedristas y Morenistas, Federales y Unitarios, Conservadores y Radicales, Liberales y Nacionalistas, Peronistas y Gorilas, etc. etc. Antinomias que no llevan a ninguna parte finalmente si lo que queremos es preservar el proyecto común de la Argentina. En estas páginas levantamos las consignas que están en el epígrafe y que fueron escritas por el General San Martín. Deponer los rencores, aprender a olvidar y a perdonar es un presupuesto indispensable para mirar hacia el futuro. Alguna vez escribió Juan Bautista Alberdi: "No conocemos más que una facción, la Patria, más que un sólo color, el de Mayo...; desde la altura de esos datos supremos no sabemos qué son unitarios y federales, colorados y celestes, porteños y provincianos, divisiones mezquinas que vemos desaparecer como humo delante de las tres grandes unidades del pueblo, de la bandera y de la historia de los argentinos."

miércoles, 29 de noviembre de 2006

LA CUESTION DE LAS PAPELERAS



Uruguay y la Argentina son mucho más que dos países vecinos. Están unidos por una historia común. Por lazos de familia. Por costumbres comunes y, generalmente, por intereses comunes. Con razón el ex Presidente del Uruguay, Sanguinetti, ha dicho que en el mundo no existen dos pueblos que se parezcan tanto como el argentino y el uruguayo. Por eso nos duele el conflicto que se ha suscitado entre estos dos países hermanos. Un conflicto generado por los intereses de los países del primer mundo, interesados no en llevar el bienestar al Uruguay, sino en alejar de sus costas las industrias altamente contaminantes. La pobreza del Uruguay -su dificultad para generar industrias basadas en el desarrollo sustentable- y la codicia de algunos políticos, instalaron el problema originariamente. La incapacidad de los funcionarios argentinos de la CARU (Comisión Administradora del Río Uruguay) y de la Cancillería para enfrentar el problema a tiempo, así como un error de apreciación del Gobierno respecto de la importancia de la repercusión pública de la cuestión han hecho lo siguiente. Así el conflicto fue escalando -hasta el punto de que la intransigencia del gobierno uruguayo llevara a desplazar fuerzas del ejército de la R.O.U. para custodiar la planta pastera de Bosnia-. El gobierno argentino cayó en la trampa tendida por los políticos uruguayos. Si bien no aceptó la regionalización del conflicto, eligió un camino de peores consecuencias para la Argentina: la Corte Internacional de Justicia de La Haya. La Corte, más allá de las apariencias, está al servicio del poder mundial -naturalmente controlado por las primeras potencias mundiales y por lo tanto funcional a sus intereses-. Una prueba la tuvo ya el gobierno argentino con la presentación respecto de la medida cautelar. Una gran irresponsabilidad de quien le sugirió a la Cancillería que la Corte podía admitir tal medida (no había antecedentes favorables). Desde estas páginas lo vamos anticipando: la Corte, luego de varios años, se va a pronunciar con un supuesto fallo salomónico, diciendo que Uruguay y la Argentina deben acordar la manera de controlar los aspectos ambientales de la producción de las pasteras, pero, ante el hecho de que las pasteras están instaladas y en plena producción, y conforme a las normas (europeas) de preservación del medio ambiente, nada se puede hacer contra ellas. Es decir, que siguiendo la política del Banco Mundial, la Corte convalidará en los hechos la instalación de las pasteras. No hay que descartar que en el medio le ordene a la Argentina reprimir a su propio pueblo -tal como pretende el gobierno uruguayo-. No importa la voluntad de la gente, no importa el daño ambiental real, que es mucho más que el uso del agua, los aspectos turísticos de Gualeguaychú -una playa con vista a la planta humeante de Botnia- y la evidente contaminación visual. Es decir, para la Argentina, la cuestión en La Haya es una causa perdida. La ambigüedad política del gobierno argentino fue en gran parte responsable de la escalada de este conflicto. Primero, pensando que había que hacer la vista gorda al supuesto "amigo" ideológico Tabaré; luego, sosteniendo una posición totalmente juridicista, pensando que el conflicto se solucionaba descargando el problema en la Corte Internacional y finalmente impotente ante las reiteradas violaciones del Estatuto del Río Uruguay por parte del gobierno uruguayo. En medio la gente de Gualeguaychú sin solución. Abandonada a su propio destino, y utilizando el corte de rutas como único recurso. Claro está, un recurso "ilegal" porque sin lugar a dudas es ilegal cortar una ruta impidiendo la libre circulación (de eso los argentinos estamos muy cansados porque todos los días los piqueteros se adueñan de nuestro tiempo y nuestros derechos), pero esta vez podemos decir que la ilegalidad del corte de los vecinos de Gualeguaychú, no es "ilegítima", ya que nadie está protegiendo sus derechos. Entonces, el cumplimiento de la ley se transforma en una ironía porque se vuelve contra la misma finalidad que tuvo al ser sancionada. No es posible concebir que el derecho de transitar está por encima del derecho a preservar la propia existencia, la salud pública, la utilización de un recurso natural compartido, la calidad de vida. Solo nos resta recordarle al gobierno argentino que el Derecho, no es más que un instrumento del poder y que cuando no es conforme a la Justicia -ese principio metajurídico- se transforma en un instrumento de tortura y de injusticia. Reclamarle entonces al gobierno argentino, que sin olvidar el orden jurídico, haga uso de los recursos del Poder Nacional para hacerle ver al Sr. Tabaré, que la Argentina no está dispuesta a que se use de un recurso natural "compartido", es decir, del que tiene la copropiedad, sin su expreso consentimiento. El Sr. Presidente, siendo Gobernador de Santa Cruz tuvo una muy honrosa actuación en la cuestión de Lago del Desierto, oponiéndose a la posición indiferente del Gobierno del Sr. Menem, defendiendo nuestra indiscutible soberanía sobre esos territorios. Ahora, deberá recordar que el Río Uruguay es también parte de nuestra Soberanía. Lo lamentamos por el "medio pelo" argentino que se ve incomodado en sus próximas vacaciones en "Punta"; a la corte de empresarios, políticos supuestamente "serios" y periodistas que están preocupados por su próximo veraneo mientras esperan ser fotografiados por las revistas de actualidad en las playas uruguayas. A ellos le decimos: la Patria también existe. El pueblo de Gualeguaychú con su decisión lo ha demostrado.

sábado, 18 de noviembre de 2006

20 DE NOVIEMBRE, DIA DE LA SOBERANÍA



El 20 de Noviembre recuerda un episodio significativo de la historia argentina: la batalla de la Vuelta de Obligado. No era la primera vez que la Argentina enfrentaba invasiones extranjeras. A las recordadas invasiones inglesas de 1806 y 1807, y la lucha contra España por la independencia, se le había sumado el episodio tan desgraciado de la usurpación británica de las Islas Malvinas en 1833, un conflicto con Francia que derivó en el bloqueo de la flota francesa sobre el puerto de Buenos Aires y todo el litoral perteneciente a la República Argentina a partir de 1838 y que duró hasta 1840. Pero para 1845 el conflicto en el Plata recrudeció. Con la excusa de intervenir a favor del gobierno uruguayo de Frustuoso Rivera, que por entonces mantenía un conflicto con la Confederación Argentina, las flotas británica y francesa en el Río de la Plata unieron fuerzas y decidieron una invasión del territorio argentino. Las intenciones de las potencias en realidad tenían que ver con preservar los intereses de sus comerciantes, por lo que sostuvieron que el Río Paraná -un típico río interior según el Derecho Internacional- era una vía de comunicación internacional. A mediados de noviembre de 1845, se desató la invasión al mando del Almirante Hotham, penetrando por el Río de la Plata hasta el Río Paraná. El día 18 de noviembre, once buques de guerra, algunos de ellos de vapor, llegaron más allá de la altura de la localidad de San Pedro y dos días luego llegaron a un recodo del río Paraná llamado Vuelta de Obligado. En ese lugar se había preparardo la defensa argentina, con cuatro baterías, y apostado una fuerza al mando del General de la Independencia Lucio Mansilla. Los cañones de la fuerza argentina lo conformaban 20 cañones viejos. Pero para potenciar su efectividad, el General Rosas ordenó que frente a la batería del norte, se instalara una triple cadena, de una costa a otra del río y asentada en pequeñas embarcaciones. En la mañana del 20 de noviembre de 1845, la escuadra anglo - francesa, compuesta por más de cien cañones atacó a las baterías argentinas. Si bien en un principio las acciones favorecieron a los defensores, pronto la superioridad formidable de la flota aliada tomó ventaja. Sin embargo, merced al heroismo de los argentinos la lucha duró hasta las cuatro de la tarde, hora en la que recién lograron los invasores cortar las cadenas. Así continuaron su invasión río arriba. El saldo de la lucha fue tremendo, ya que murieron casi todos los artilleros argentinos. Pero los franceses e ingleses no la llevaron muy bién: murieron más de cien hombres y perdieron cuatro buques. La flota escoltó así a un convoy de más de 50 buques mercantes que llegaron río arriba para vender sus manufacturas y llevarse los productos de escaso valor agregado que producía el país. De regreso de su invasión, el General Mansilla los esperó y atacó en Tonelero, en San Lorenzo y luego en la angostura del Quebracho el 4 de junio de 1846, batalla que terminó en un desastre para la flota aliada. Luego de ello se iniciaron las negociaciones entre Inglaterra, Francia y la Confederación Argentina. El 24 de noviembre de 1849 se firmó la paz con Inglaterra y el 31 de agosto de 1850 con Francia. Así terminó la aventura de las dos principales potencias en tierras y aguas argentinas. La firmeza puesta de manifiesto por el Gobernador Juan Manuel de Rosas, hizo que el Libertador General San Martín, le legara en su testamento el sable glorioso que lo acompañó en la Guerra de la Independencia.






" El Barón Gross nombrado por este Gobierno goza de una excelente opinión, tanto como consiliante como por su honradez e instrucción, no obstante estas recomendaciones y con perdón del Señor Dn. Tomás como diplomático, diré a Ud. que orejeo cada vez que veo dirigirse a nuestras playas estos políticos, a pesar de lo que se dice de los sinceros deseos que estos dos Gobiernos tienen de concluir definitivamente las diferencias con nuestro país, de todos modos yo estoy bien tranquilo en cuanto a las exigencias injustas que pueden tener estos dos gabinetes, porque todas ellas se estrellarán contra la firmeza de nuestro Don Juan Manuel; por el contrario mis temores en el día son el que esta firmeza se lleve más allá de lo razonable." General José de San Martín.

(Citas y extractos del libro Historia del País de los Argentinos de Fermín Chávez. Ed. Peña Lillo. 1972).


ARENGA DEL GENERAL LUCIO MANSILLA, EN LA VUELTA DE OBLIGADO, EL 20 de Noviembre de 1845:

¡VIVA LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA! ¡MUERAN LOS SALVAJES UNITARIOS!Milicianos del Departamento del Norte. Valientes soldados federales, defensores denodados de la Independencia de la República y de la América. Los insignificantes restos de los salvajes traidores unitarios que han podido salvar de la persecución de los victoriosos Ejércitos de la Confederación y Orientales Libres, en las memorables batallas de ArroyoGrande, India Muerta, y otras; que pudieron asilarse de las murallas de la desgraciada Ciudad de Montevideo, vienen hoy sostenidos por los codiciosos marinos de FRANCIA e INGLATERRA, navegando las aguas del Gran Paraná, sobre cuya costa estamos para privar su navegación bajo de otra bandera que no sea la Nacional…¡Vedlos, Camaradas, allí los tenéis!... Considerad el tamaño del insulto que vienen haciendo a la Soberanía de nuestra República, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos. ¡Pero se engañan esos miserables aquí no lo serán! ¿No es verdad Camaradas? ¡Vamos a probarlo! ¡Suena ya el cañón! ¡Ya no hay paz con la Francia ni con la Inglaterra! ¡MUERAN LOS ENEMIGOS! Tremole en el Río Paraná y en sus costas el Pabellón Azul y Blanco y muramos todos antes que verlo bajar de donde flamea. Sea esta vuestra resolución a ejemplo del heroico y gran Porteño, nuestro querido Gobernador, Brigadier Don Juan Manuel de Rosas y para llevarla contad con ver en donde sea mayor el peligro a vuestro Jefe y Compatriota el General Lucio Mansilla. ¡VIVA LA PATRIA! ¡VIVA LA INDEPENDENCIA! ¡VIVA SU HEROICO DEFENSOR DON JUAN MANUEL DE ROSAS! ¡MUERAN LOS SALVAJES UNITARIOS Y SUS VILES ALIADOS LOS ANGLO FRANCESES!

viernes, 17 de noviembre de 2006

La difícil vía de coordinar el bienestar económico con la libertad y la seguridad

Sin lugar a dudas, la Argentina es un país increíble. Distinto a todos los otros países del mundo, no solamente por su vasta geografía, por sus bellezas naturales, porque tiene en su territorio todos los climas, porque su producción agropecuaria la situó durante muchísimas décadas como el "granero del mundo" y hoy nuevamente se destaca por ser una fuente de alimentos para la humanidad, sino por su capacidad de recuperación. Claro está, esto como solemos decir los argentinos, "a pesar" de los argentinos. Todo los nos ha dado Dios para que llevemos este país a las alturas más insospechadas, pero insistimos en dañarlo, en confrontar hasta extremos inadmisibles entre nosotros, en cambiar de rumbo permanentemente, de forma tal que el Estado se "refunda" con cada cambio de gobierno. No construímos sobre lo dejado por el gobierno anterior -lo bueno que haya dejado- y modificamos lo malo, sino que tiramos todo abajo y volvemos a empezar. Nos separamos por ideologías hoy superadas por la humanidad e insistimos en ponernos al lado de algunos indeseables. Nos cuesta comprender que sin libertad no existe la posibilidad de convivir pacíficamente y de construir para el futuro. Entonces revisamos permanentemente nuestro pasado reciente en busca de culpables. Ello por supuesto, siempre y cuando el culpable sea el otro y no nos involucremos nosotros en esa responsabilidad. Es dificil pensarlo, pero estamos en una tensión permanente y en la adopción de posturas "políticamente correctas", según el momento político y el signo del gobierno de turno. Y a ello no escapan los periodistas -principales responsables de la difusión pública de las ideologías de turno- los cuales se venden en muchos de los casos al mejor postor, los empresarios -que con una mirada miope piensan sólo en la ganancia inmediata y se olvidan de lo que vendrá- y que suelen ser los adulones del poder para obtener las ventajas de pertenecer al entorno (no importa claro está si tienen que coimear a algún funcionario), los artistas -que también piensan que van a trabajar si reiteran hasta el cansancio la "historia oficial", los estudiantes -que cada vez saben menos de su patria y de su historia y corren detrás de algún ideólogo-, los pobres, que caen cada vez más en la trampa del clientelismo político por un plato de comida -y que no se dan cuenta que les están robando la educación, el trabajo honesto, la salud pública, la vivienda construida y comprada con el esfuerzo personal, el acceso al crédito, los valores espirituales y trascendentes-, y en general todos que seguimos mirando para otro lado, sometidos a un conformismo exasperante, mientras vemos que al lado nuestro se roba con descaro o sigue la violencia intolerable.
Y digo que es un país increíble porque en el 2001 -ayer nomás- casi estabamos al borde del enfrentamiento entre nosotros, cuando sacamos del poder al Presidente De la Rúa, con una revolución hecha no con armas, sino con cacerolas, y tan solo cinco años despúes, tenemos un país con un índice de crecimiento del producto bruto como pocos países lo han logrado. Hace cinco años que la Argentina está creciendo a un ritmo increíble. Claro está, se había destruído la industria y había mucho por recuperar, pero, la situación no solo se revirtió, sino que en algunos aspectos está mejor que antes de la crisis del 2001. Quedan sí, lamentablemente los pobres, cada vez más abandonados del accionar del Estado ausente. Hoy tenemos muchos más pobres que la década del 70, donde los indigentes alcanzaban sólo al 5% de la población, y la gran masa de clase media consumía ostentosamente. Claro está, después vinieron las hiperinflaciones, el anclaje del peso al dólar (hasta extremos suicidas), la devalución y pesificación totalmente desprolija y hasta criminal -porque hubo gente que murió en la desesperación de perder sus ahorros o de ver arruinados sus negocios-. Y aquí estamos, los aún sobrevivientes, de este país increíble. Un país que cada vez tiene más inseguridad. Donde los chicos no pueden salir a la calle sin llevarse un celular para que los padres los "monitoreen", donde la educación que nos enorgullecía en otras épocas ha caído a extremos increíbles, y donde la coima y la corrupción ya no es cosa de unos pocos corruptos o de funcionarios del gobierno de turno, sino que se ha hecho costumbre en la sociedad -que ya no ve con tan malos ojos y tiene como asumido que un poco de corrupción está bien-. Un país increíble, donde la Justicia condena a los represores de la última dictadura y otorga las extradiciones a los imputados en crímenes de lesa humanidad vinculados al terrorismo de estado, pero ampara a los terroristas que pusieron bombas y asesinaron a simples ciudadanos (caso del etarra al que negaron la extradición a España sosteniendo que el delito estaba prescripto, frente a la extradición del nazi Priebke a Italia). Un país donde las causas judiciales se acumulan esperando que se mueran las partes involucradas o se tornen impracticables las sentencias (casos de reclamos de jubilados ante la Caja de Previsión Social y los miles de amparos que tramitan ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación). Un país como decía, increíble. Capáz de la más violenta de las exclusiones y de los gestos de humanidad más excelsos. Un país donde todavía tenemos que aprender a defender las instituciones y a respetar la opinión del otro, por más que no nos guste. Un país donde a pesar de todo, amamos y nos sentimos identificados, y en donde hemos olvidado, que gracias al sacrificio y la sangre de sus hombres, otras patrias, han tenido libertad. Es necesario volver a los valores de la argentinidad. Es indispensable recuperar la memoria. Pero ojo, toda la memoria, no la que me conviene a mí o tiene afinidad con mi pensamiento. Es indispensable limpiar el Estado y las instituciones de las personas corruptas y de las prácticas sesgadas. Hay que poner nuevamente en marcha una gran campaña de educación popular -porque la educación no es un privilegio, es un derecho inalienable de todo ser humano-. Hay que afianzarse en los valores tradicionales de la Patria, en su lucha por la Libertad de los pueblos, en su amor tremendo a Dios y a la Virgen, en el amor por la familia. Hay que volver a las virtudes de nuestros próceres, como San Martín y Belgrano, donde nada estaba por encima del bienestar de su Patria, y estaban dispuestos a dar lo más valioso que tiene un ser humano -que es su propia vida- en pos de un objetivo común. Sólo así podremos repetir con orgullo las estrofas de nuestro himno: ¡Al gran Pueblo Argentino, Salud!!!